domingo, 21 de abril de 2013

Historia de un Taxi

Me encanta hablar con los taxistas. No puedo evitar que me recuerde la "efemeridad" de los instantes que vivimos. Saber que lo más probable es que no vayas a ver a esa persona de nuevo en tu vida hace que el hecho de mantener una conversación trascendente sea inevitable.

Gran sabios son los taxistas. Podría tirarme "gigas"  hablando de las historias que he oído de y he vivido con muchos de ellos. Desde aquel malagueño que se vino a Barcelona para ver a sus abuelos enamorándose de la vecina y quedándose aquí para siempre; el heavy que me llevó a mi y a otros a través de la ciudad al ritmo de metálica mientras en el asiento de atrás íbamos cantando; aquel chico recién divorciado que conducía un taxi de noche para poder pagar la pensión a su ex-mujer y a su hija; esa chica encantadora que nos recogió hace tan sólo dos días que tenía una paciencia inconmensurable y una visión muy positiva de la vida; aquella vez que prendimos accidentalmente fuego a un bolso dentro del taxi y el señor taxista muy pacientemente esperó a que lo apagáramos; o el taxista homófobo que se tiró todo el camino explicándome el porqué lo homosexuales se acabarían extinguiendo...(éste último no tan sabio).

Pero en particular quiero relatar aquí una conversación que tuve hace poco. Un señor taxista me recogió gentilmente después de una cena. Al entrar en el taxi empezó con la pregunta típica de "ya para casa?" seguida de un afortunadamente sí. A lo que el señor taxista replicó graciosamente que él también, en cuanto acabara de recogernos a todos.

La conversación siguió por un, ¿Cuánto llevas por aquí? ¿estudias o trabajas? a lo que yo contesté con un "afortunadamente, tengo trabajo". Seguidamente me preguntó porqué me sentía afortunada; yo repliqué que tenía la gran suerte de poder estar ejerciendo de lo mío; si no en mi campo al 100%, al menos cerca; y de cómo la mayoría de mis amigos y de mi generación no habían tenido o estaban teniendo esa oportunidad. Enfatizaba yo en un alegato glorioso, la importancia de ejercer de lo tuyo nada más acabar la carrera; aunque fuera malviviendo de becas y periodos de prácticas para poder hacerse un hueco en la profesión que quisieras ejercer; reforzando la idea de que para que las cosas pasen, hay que moverse, aunque haya que hacerlo rápido y lejos, pero cómo el quedarse parado significaba irremediablemente hundirse.

La conversación acabó en mi calle, cuando el taxista curioso me preguntó, ¿y tú que estudiaste? - Psicología -dije yo, a lo que el taxista replicó: ¡Anda!, Cómo yo - y me dedicó una sonrisa, una sonrisa sincera pero triste. Una sonrisa de quién es consciente de la realidad pero que no se arrepiente de nada. Una sonrisa valiente, honesta, libre. Me despedí de él diciéndole que probablemente éste había sido el paseo en taxi más interesante de mi vida, y le aseguré que aunque pudiera parecer pequeño, estaba segura que estaba haciendo un cambio en las personas con las que se cruzaba. Desde luego lo hizo en mí: al contestar a sus preguntas me dí cuenta de lo afortunada que realmente soy, y con su historia descubrí que aunque no siempre se cumplan todos los sueños, se sigue pudiendo cambiar el mundo en pequeñas dosis.

Es por eso que le dedico este blog, a ese desconocido taxista que valerosamente sabe seguir marcando una diferencia aunque no sea por el camino recto; alguien que me dijo ¡no me rindo! con los ojos.

Como dijo  Carl Gustav Jung: El encuentro de dos personas es como el contacto de dos sustancias químicas, si hay alguna reacción, ambas se transforman. 

Buenas noches señor taxista.

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